Expresión de solidaridad

Relato solidario: "Los héroes de los libros", de El Pasicos

17/09/2018

17/09/2018 Relato solidario:

Presentamos uno de los relatos finalistas del Concurso de Relatos Solidarios 2017, organizado por Fundación Juan Bonal.

 

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"Los héroes de los libros", de El Pasicos.

 

Ved mi pasaporte. Amarillo, como veis. Esto sirve para que me echen de todas partes a donde voy. ¿Queréis leer? Yo sé leer; he aprendido en presidio. Hay una escuela para los que quieren. Mirad, ved lo que han escrito en este pasaporte: “Jean Valjean, presidiario liberado, natural de…”, esto no hace al caso… “ha estado diecinueve años en presidio. Cinco años por robo con fractura. Catorce años por haber intentado evadirse cuatro veces. Este hombre es muy peligroso”. Ya lo veis. Todo el mundo me arroja lejos de sí. ¿Queréis vos recibirme? ¿Es esta una posada? ¿Queréis darme cena y cama?, ¿tenéis un establo? (V. Hugo, Los miserables, Fantine).

 

Como quiera que toda patria necesita héroes, el nuevo presidente del nuevo país recibió solemnemente a los dos hermanos en su nuevo palacio presidencial y puso en marcha su plan. Y es que la historia de los dos chavales
bien merecía un buen recibimiento.

 

Tan extraña y tan patética era que, inmediatamente, había recibido la atención de la prensa internacional situando el nuevo país en el mapa del mundo. Había ocupado la portada de la revista Time, y Hollywood se había aventurado incluso
a comprar los derechos —los hermanos no entendieron por qué, convencidos como estaban de que no habían hecho nada del otro mundo— para hacer una película que quedaría muy bonita. Así que, finalmente, podría salir algo positivo de la orgía de sangre y fuego que había forjado un país del que nadie sabía nada, aparte de las horripilantes escenas de violencia propias de cualquier guerra.

 

En medio de los bombardeos, los saqueos, las violaciones, las mutilaciones, el hambre y la muerte, los dos hermanos habían defendido con uñas y dientes el único lugar que a nadie parecía importarle demasiado en medio de aquel mayúsculo desastre: la Biblioteca Central.

 

Escondidos durante meses entre las ruinas de los ruinas, comiendo aire y bebiendo agua de lluvia, esquivando balas y obuses de mortero que provenían de todos los frentes, debieron hacer no pocos sacrificios —algunos de ellos inconfesables— para proteger esas hojas unidas que conforman los libros y que a ellos les pareció su misión más importante en un conflicto que no entendían y del que no podían tomar parte.

 

“Un país agradecido”, rezaban los carteles que los recibían por doquier durante las semanas en las que se sucedieron los viajes por todo el país. Las masas los aclamaban, las autoridades los agasajaban y las fiestas en su honor
se sucedían sin límites.

 

Tras recorrer el país de punta a punta, los hermanos acabaron su periplo propagandístico y fueron recibidos de nuevo en palacio. Temerosos y humildes, sin mostrar un ápice de vanidad a pesar de todo lo que habían vivido, cuando el presidente los recibió en su lujoso despacho, por fin encontraron el valor de pedirle un favor.

 

Durante unos instantes, el presidente temió que le exigieran dinero, un viaje al extranjero, un kalashnikov de oro o incluso una pensión vitalicia. Sin embargo, cuál sería su sorpresa cuando los dos hermanos “sólo” le pidieron poder ir a una escuela para aprender a leer.

 


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