Expresión de solidaridad

Relato solidario: "El regalo", de Javier Lidya

07/09/2018

07/09/2018 Relato solidario:

Presentamos uno de los relatos finalistas del Concurso de Relatos Solidarios 2017, organizado por Fundación Juan Bonal.

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"El regalo", de Javier Lidya

La sombra era un bien preciado en la comarca de San Blas, también en el mes de octubre. Pese a que la época de lluvias ya había comenzado en Nicaragua, el sol golpeaba con fuerza y ni tan siquiera las personas que llevaban toda la vida soportando
esas temperaturas terminaban de acostumbrarse.
Por ese motivo, cuando a la profesora Gemma María se le acercó una alumna adolescente, Juanita, a preguntarle si podían hablar después de la clase, se le ocurrió citarla en su casa e invitarla a un fresco. Evitando así hablar en las maltrechas escuelas, o por los caminos de tierra de camino a casa donde corrían el riesgo de asolearse. Como la mayoría de las personas que vivían en la comarca, ellas dos también guardaban un parentesco lejano: sus abuelas eran primas.
Aprovechó que su hijo se había quedado dormido para apagar la televisión y esperar a que aquella adolescente de ojos como volcanes y una sonrisa en la que cabían todas las alegrías, le contara lo que por otro lado ya se empezaba a temer, viéndola
cabizbaja y aturdida.
—Estoy embarazada —susurró, justo antes de dar un trago largo al fresco de pitaya.
—No fregués, Juanita.
La profesora se permitió un silencio reflexivo en el que trató de recordar las charlas que habían tenido acerca de planificar su vida, de terminar los estudios y después formar una familia, tal y como ella había hecho; madre de un solo niño a los treinta cuando la mayoría de las mujeres de su generación ya eran madres de familia numerosa, sin estudios, y algunas incluso abuelas. Pero no era el momento para otro sermón, pensó, visto el efecto que habían causado los anteriores.
—¿Y el padre?
Juanita hizo un gesto negando con la cabeza. Otra madre soltera más, como también había terminado siendo ella, al final, pese a todas las precauciones.
Le dio un abrazo, un beso en la mejilla y secó sus lágrimas.
—Yo hablaré con tu mama y con la abuela.
Juanita sonrió tímidamente, terminó el fresco y se fue en silencio.
Gemma María, tras un soliloquio en voz baja, decidió que en pleno siglo veintiuno eso no podía ocurrirle a la siguiente generación, que debía atajar el problema a edades más tempranas, y decidió preparar una charla esa misma tarde para impartirla a la mañana siguiente a los alumnos de primaria, entre los que se encontraba Allison, la hermana pequeña de Juanita.
Pese a que la charla estaba bien estructurada, las niñas y niños eran demasiado pequeños como para entender algo. Esa impresión se llevó, cuando, derrotada de tanto tratar de adaptar los mensajes, comprendió frente a la cara de perplejidad de sus alumnos que poco o nada les estaba llegando en realidad. La falta de luz en el aula y el hecho de que algunos niños no hubieran podido llegar a la clase porque los caminos de tierra estaban anegados debido a la intensa lluvia caída la noche anterior, no ayudó.
Probó incluso el recurso del miedo, les habló de lo malo que era dejar de estudiar y tener que estar siempre en casa, cuidando solas a sus hijos, sin poder salir nunca de esa comunidad que siempre sería su casa pero que no podían permitir que se convirtiera en su cárcel. Trató de explicarles que las diferencias entre niños y niñas eran únicamente algo que la sociedad había otorgado, no eran diferencias reales, los roles les venían impuestos y debían luchar contra ellos.
Agotada después de clase, se quedó dormida en la hamaca de su casa, hasta que el ruido de unos camiones la despertó de pronto y vio como su hijo y su madre salían para recibir a una ONG estadounidense que les traía medicinas y regalos para los más
pequeños.
Se colocó en la fila y tuvieron que esperar más de una hora hasta que llegó su turno. Por fin al niño le regalaron un balón y a su madre unos medicamentos para el asma, de la que tenían un diagnóstico por anteriores visitas. Los muchachos jóvenes que repartían las medicinas y regalos miraban estupefactos y un tanto avergonzados a los miembros de la comunidad, algunos de ellos con sus ropas raídas, aunque siempre educados y agradecidos.
Cuando ya se disponían a volver a casa, eran casi las seis de la tarde y ya anochecía en Nicaragua, un murmullo a su espalda le sorprendió. Dejó de hablar con una amiga y se acercó para ver qué ocurría. Era Allison, la hermana pequeña de Juanita, la más chiquita de su clase, de apenas siete años, quien gritaba a los voluntarios de la ONG sin que ellos comprendieran nada mientras varias madres de la comunidad sonreían por las ocurrencias de aquella niña despierta, tierna y cariñosa, que había demostrado ser independiente para casi todo en su vida a tan temprana edad y que ahora pretendía serlo también en la forma de pensar.
—¿Cuál es el pleito, Allison?
—No quiero una muñeca, profesora, quiero un balón, como el que le dan a los niños. ¿Por qué no me dan un balón a mí?
Gemma María sonrió y algunas lágrimas asomaron a sus ojos. Esa niña había comprendido, quizá su futuro sí fuera el que ella eligiera. Y tal vez supiera elegirlo.
Le quitó la muñeca de las manos y se la dio a uno de los voluntarios. Cogió un balón de la cesta y se lo entregó a la niña, que satisfecha, se fue a jugar con los demás.

 


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