Expresión de solidaridad

"De aquellas cosas que ni imaginamos y, aun así, existen", de Marsu

28/01/2019

28/01/2019

Un relato finalista en el Concurso de Relatos Solidarios 2017 de Fundación Juan Bonal.

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Siara no sabe escribir, no sabe leer y, desde luego, no sabe sumar o restar. No le hace falta. Eso, se dice, no son cosas importantes. Siara sabe cuidar de su casa, y de sus hermanos pequeños. Sabe preparar comida casi siempre digerible, y cómo tratar heridas menores. Sabe sobrevivir y, para ella, es suficiente.  
 

Todo esto se lo enseño su madre, que tampoco lo leyó en un manual, sino que se lo enseñó la suya. Y se convencen unas a otras de lo poco importante que resulta ir a la escuela y aprender esas cosas. Muchas veces se ríen de Makeda y de Jasida, porque sus padres (nietos de europeos con aires de superioridad) se empeñaron en escolarizarlas y ahora ni coser un vestido saben. Aunque quizás, piensa Siara, en alguno de esos libros que pueden leer explique cómo hacerlo. 
 

Siara tiene once años, y sabe que en cuanto sangre se casará. Podría ser la primavera próxima, o tal vez en dos. Y aunque ella sonría y diga que sí, y sepa que es lo que tiene que hacer, no quiere. No quiere porque ha visto a chicas de catorce años morir dando a luz. No quiere porque ha visto cómo sus futuros maridos no las van a querer. Y piensa que es como tienen que ser las cosas. Si Siara supiese leer, podría tener una idea de lo que es el amor. Sabría que, en otros lugares, las cosas no son como en su pueblo. Pero Siara no sabe escribir, no sabe leer y, desde luego, no sabe sumar o restar. Así que durante el día lo acepta y durante las noches llora.
 

No tiene aspiraciones ni sueños, pero porque no tiene ni idea de que es una aspiración o un sueño. No espera algún día dejar de caminar cuatro kilómetros hasta el pozo más cercano: no concibe que sea de otra manera. Solamente si sabes que existe algo mejor intentas conseguirlo. Para Siara lo mejor es irse a dormir un día más sin haber sangrado. 
No quiere casarse. Y no porque le guste algún chico, o porque su futuro marido le caiga mal (tiene una idea difusa de quien es y parece agradable). No quiere porque le da miedo. Porque ser niña no es fácil, pero ser esposa parece serlo aún menos. A veces quiere huir, pero no sabe a dónde. Por supuesto no tiene ni idea de geografía. 
Sabe que vive en África porque se lo han dicho, pero ni siquiera tiene claro del todo qué es “África”. ¿Dónde va a escapar, hacia dónde va a correr, si no sabe lo que es el mar?

 

Ojalá Siara supiese leer. Ojalá su madre y sus hermanos supiesen leer. Y descubrir que su realidad no es la única realidad. Que hay otras mejores. Que pueden cambiarla. 
 

Aunque, por supuesto, aunque Siara supiese leer, aunque Siara supiese todo esto, nada cambiaría. Deberían saberlo todos los niños. Todos los niños del pueblo de Siara, todos los niños de ese “África”, sea lo que sea. Todos los niños del mundo. Todos leyendo, sabiendo, pensando.  
 

Quizá entonces Siara no tendría miedo a sangrar. Y quizás le encantaría Julio Verne. Y, entonces, sí que podría tener sueños y aspiraciones. Aunque fuesen dar la vuelta al mundo en ochenta días.  

 


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